Renunciar al Mundo: Una Llamada a Vivir en Cristo sin Aislarse de los Demás


Renunciar al Mundo: Una Llamada a Vivir en Cristo sin Aislarse de los Demás

Renunciar al mundo es un llamado claro en la vida cristiana, pero muchas veces malinterpretado. Para algunos, puede parecer que negarse al mundo implica alejarse físicamente de todos, cortar lazos, bloquear a quienes piensan distinto, o evitar cualquier participación en la sociedad. Sin embargo, esa no es la enseñanza bíblica. La renuncia al mundo que pide el Señor no es un aislamiento social, sino una transformación interior que se manifiesta en una vida distinta dentro del mismo entorno.

La Biblia Reina Valera 1960, la Biblia Thompson y la Biblia Plenitud concuerdan en que el creyente está en el mundo pero no es del mundo. Jesús oró al Padre por sus discípulos diciendo:

“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14-16, RVR 1960)

La Biblia Thompson, al relacionar este pasaje con otros textos, resalta que el creyente permanece en medio del sistema mundano como un testigo, no como un escapista. La Biblia Plenitud comenta que “no son del mundo” implica una nueva ciudadanía, la del Reino de Dios, lo que exige una manera distinta de vivir, aunque se continúe en el mismo espacio geográfico y cultural.

El apóstol Juan es aún más específico al enseñar en su primera carta:

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17, RVR 1960)

Aquí, la renuncia no es a las personas, sino a los valores y deseos que gobiernan este sistema. La Biblia Plenitud enfatiza que “el mundo” en este contexto no es la creación ni la humanidad, sino el sistema de pensamiento y conducta que se opone a Dios. Renunciar al mundo es rechazar esa forma de vida centrada en el ego, en el placer y en el orgullo.

Pablo también enseña sobre esta transformación en Romanos 12:2:

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”

El término “siglo” aquí se refiere a la corriente de pensamiento y cultura de la época, lo cual sigue siendo aplicable hoy. La Biblia Thompson vincula este pasaje con la idea de “renovación espiritual”, y muestra otros textos como Efesios 4:23-24, que habla de vestirse del nuevo hombre creado según Dios. La Biblia Plenitud comenta que esta renovación mental es el medio por el cual el creyente se libera de la presión del mundo de imponer sus moldes.

Renunciar al mundo implica entonces un cambio de perspectiva, no una retirada. No significa cerrar cuentas, dejar de hablar a los inconversos o evitar todo lo secular, sino estar en Cristo y vivir conforme al Espíritu. Es llevar la luz donde hay tinieblas, como dijo Jesús:

“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. […] Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16, RVR 1960)

No se trata de desaparecer del mundo, sino de ser diferente en él. Jesús comió con publicanos, habló con samaritanos y tocó leprosos, pero nunca adoptó sus estilos de vida ni sus valores. Su amor fue santo, su compasión fue transformadora, y su cercanía no significaba conformidad con el pecado.

Lucas 9:23 resume la esencia de esta renuncia:

“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”

La Biblia Thompson marca este versículo como clave para el discipulado. La Biblia Plenitud lo comenta como una decisión diaria de morir al yo, a los deseos del mundo, y vivir en obediencia. No se menciona apartarse de la sociedad, sino negarse a sí mismo. El ego, y no la sociedad, es lo que debe morir.

Pablo también escribe a los Corintios:

“Porque aunque andamos en la carne, no militamos según la carne” (2 Corintios 10:3, RVR 1960)

No se trata de retirarse de la vida cotidiana sino de vivirla con una nueva identidad. El cristiano sigue en su familia, en su trabajo, en su barrio, pero con un corazón que ya no es esclavo del sistema mundano.

Renunciar al mundo no es cortar relaciones, aislarse ni volverse un monje moderno en redes sociales. Es vivir en medio del mundo con una mente renovada y un corazón consagrado. Es dejar de ser guiado por el deseo de aprobación, éxito humano y placeres temporales, para vivir guiado por el Espíritu. Es ser sal en la tierra y luz en la oscuridad. No nos apartamos de las personas, sino del espíritu que gobierna este mundo. Y desde esa separación interna, el creyente se vuelve un verdadero testigo del Reino, alguien que ha muerto al yo y vive para Dios en medio de todos.

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