EL CUIDADO DE DIOS Y SU GLORIA QUE NOS SOSTIENE


EL CUIDADO DE DIOS Y SU GLORIA QUE NOS SOSTIENE

A lo largo de la vida, todos enfrentamos momentos en los que sentimos que caminamos sin dirección, como si el cielo estuviera en silencio y Dios estuviera lejos. Son días en los que la incertidumbre pesa, las fuerzas flaquean y el alma se pregunta: “¿Dónde estás, Señor?”. Sin embargo, la verdad eterna que sostiene nuestra fe es que Dios nunca ha dejado de estar presente. Aunque nuestros ojos no lo vean y nuestro corazón dude, su fidelidad permanece inquebrantable.

El Salmo 121:3-4 declara: “No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.” Esta promesa no es solo poética; es una realidad espiritual que nos cubre diariamente. Dios no es un ser lejano que nos observa desde la distancia, sino un Padre cercano que vela por cada uno de sus hijos, aún en sus noches más oscuras.

Su gloria no es un concepto abstracto, sino una manifestación activa de su presencia protectora. Cuando Moisés le pidió a Dios ver su gloria, el Señor le respondió que pasaría delante de él y proclamaría su nombre: “Y pasaré delante de ti con toda mi bondad…” (Éxodo 33:19). La gloria de Dios es su bondad, su misericordia, su carácter. Es esa gloria la que nos cubre cuando todo lo demás falla, la que nos envuelve cuando no entendemos el camino, la que nos sostiene cuando no sabemos a dónde ir.

Aun cuando perdemos el rumbo, Él permanece fiel. 2 Timoteo 2:13 lo afirma con fuerza: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo.” El cuidado de Dios no depende de nuestra fuerza, sino de su naturaleza inmutable. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8), y su amor nunca falla.

Hay temporadas donde el silencio de Dios no significa su ausencia, sino su trabajo oculto. Como en la historia de José en Egipto, Dios estaba obrando un plan mayor mientras parecía que nada tenía sentido. Como en la vida de Job, Dios estaba poniendo límites al enemigo, incluso cuando el dolor era profundo. Y como en la cruz, cuando Jesús clamó: “¿Por qué me has desamparado?”, y sin embargo, el Padre estaba cumpliendo su más grande obra redentora.

La misericordia de Dios es el hilo invisible que nos mantiene unidos cuando todo parece fragmentarse. Su Espíritu nos consuela, su Palabra nos guía, su gracia nos levanta. Incluso cuando no lo sentimos, Él está cuidándonos con amor eterno.

Que nunca olvidemos que somos sostenidos por un Dios glorioso, cuyo cuidado va más allá de nuestra comprensión. Él está en cada detalle, en cada paso, incluso en cada silencio. Su gloria nos guarda, su amor nos cubre, su fidelidad nos sostiene.

“Jehová te guardará de todo mal; Él guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.” – Salmo 121:7-8

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