Más Bienaventurado es Dar que Recibir


Más Bienaventurado es Dar que Recibir

En el libro de los Hechos, encontramos una declaración profundamente significativa atribuida a nuestro Señor Jesucristo, que no aparece en los evangelios sino que fue conservada por el apóstol Pablo. Esta expresión se encuentra en Hechos 20:35, donde Pablo dice:

“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.”
(Hechos 20:35, Reina-Valera 1960)

La palabra “bienaventurado” es clave en este pasaje. En griego, el término usado es μακάριον (makarion), que denota una felicidad plena, una dicha que proviene de Dios mismo. No se trata de una alegría momentánea o superficial, sino de una dicha espiritual, una satisfacción profunda y eterna que no depende de las circunstancias externas.

El origen de la dicha en el dar

Dar es una expresión del amor divino en acción. Dios mismo es el dador supremo. Juan 3:16 nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…” El amor verdadero se manifiesta en el dar. Cuando damos desde el corazón, cuando damos sin esperar nada a cambio, estamos participando del carácter de Dios. Estamos siendo como Él, reflejando Su gloria en nuestras acciones.

El mundo natural nos enseña a acumular, a recibir, a proteger nuestros intereses. Pero el reino de Dios es diferente. En él, la abundancia no se mide por lo que tenemos, sino por lo que damos. Jesús dijo que el que pierde su vida por causa de Él, la hallará (Mateo 10:39). Esta es la paradoja del Evangelio: al dar, ganamos. Al soltar, recibimos. Al sacrificar, somos enriquecidos espiritualmente.

Dar es sembrar eternidad

El acto de dar no se limita a lo material. Puede ser nuestro tiempo, nuestras palabras, nuestra atención, nuestro perdón, nuestras oraciones. Cada acto de generosidad es una semilla que sembramos en el terreno del alma, tanto propia como ajena. Pablo dice en Gálatas 6:7-9 que lo que el hombre sembrare, eso también segará. El que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. Dar es sembrar para el Espíritu.

Cuando damos al necesitado, a la viuda, al huérfano, al marginado, estamos dándole a Cristo mismo. En Mateo 25:40, Jesús dijo: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” Este principio transforma la manera en que vemos al prójimo. Ya no damos por compasión humana solamente, sino por amor a Cristo. Y ese amor es retribuido con gozo celestial.

La dicha del que da con libertad

Dios no quiere que demos por obligación o por presión. 2 Corintios 9:7 dice: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.” Esta expresión en griego para “alegre” es ἱλαρόν (hilaron), de donde proviene la palabra “hilarante”. El dador que Dios ama es aquel que da con una alegría que brota del corazón, sin remordimientos, sin cálculo.

Esta actitud alegre al dar nos libera de la esclavitud del egoísmo. Nos permite experimentar la plenitud del amor, porque el amor no busca lo suyo (1 Corintios 13:5). Al dar, dejamos de pensar solo en nuestras necesidades y comenzamos a participar del propósito eterno de Dios: ser canales de bendición para otros.

Dar nos une al sacrificio de Cristo

El mayor ejemplo de dar lo tenemos en la cruz. Cristo no se limitó a enseñarnos a dar, Él mismo se entregó. Efesios 5:2 dice: “Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.” En el griego, el verbo usado es παρέδωκεν (paredōken), que implica una entrega voluntaria, completa, irrevocable.

Cada vez que damos con ese espíritu, nos unimos al sacrificio de Cristo. Participamos de su obra redentora. No estamos simplemente haciendo caridad, estamos manifestando la misma vida de Cristo en nosotros. Y esa vida se multiplica, se expande, se reproduce. No hay límites para el poder del amor cuando se expresa en dar.

“Más bienaventurado es dar que recibir” no es solo una frase piadosa o un consejo moral. Es una declaración espiritual que nos revela una de las verdades más profundas del Evangelio. Dar es un camino hacia la plenitud, hacia la comunión con Dios, hacia la verdadera felicidad que no depende de lo que poseemos, sino de cuánto amamos.

Al adoptar este principio, no solo transformamos nuestras relaciones, sino que comenzamos a vivir según la lógica del Reino de los Cielos, donde el mayor es el que sirve, y el más glorioso es el que se entrega.

Que el Espíritu Santo forme en nosotros un corazón generoso, que ame dar, no por conveniencia, sino por amor. Que recordemos siempre las palabras de nuestro Señor, que aunque no estén en los evangelios escritos, han quedado grabadas en el corazón de la Iglesia: más bienaventurado es dar que recibir.

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