Mantener las palabras de Jesús como mensaje central del evangelio


Mantener las palabras de Jesús como mensaje central del evangelio

En medio de una gran variedad de enseñanzas que circulan dentro del cristianismo actual, es urgente volver a las palabras de Jesús como fundamento del mensaje de salvación. La centralidad del evangelio no está en rituales, ofrendas, diezmos ni en el cumplimiento de la ley mosaica, sino en la gracia revelada por medio de Jesucristo, quien vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Las palabras de Cristo no solo son verdaderas, sino que son espíritu y son vida (Juan 6:63). Desviarse de ellas es construir sobre arena; permanecer en ellas es edificar sobre la roca (Mateo 7:24-27).

Jesús dijo en Juan 12:48: “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero”. Esto establece la prioridad absoluta de sus enseñanzas para todo creyente. En el griego original, “ῥῆμα ὃ ἐλάλησα” (la palabra que he hablado) implica no simplemente palabras aisladas, sino el conjunto de su mensaje, su doctrina, su revelación directa de Dios al mundo.

La Biblia Thompson en sus referencias temáticas destaca que la vida eterna está condicionada a recibir las palabras de Cristo con fe (ver Juan 5:24, 6:68). La Biblia Plenitud también señala en sus notas que Jesús es la plenitud de la revelación de Dios y que su palabra es superior a todo el sistema anterior, incluyendo el pacto mosaico. Hebreos 1:1-2 dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”.

El mensaje central de Cristo es gracia, amor y salvación. En Juan 3:16-17 se declara: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. El verbo griego “σωθῇ” (salvo) implica rescate, liberación del peligro y restauración plena. Este es el propósito del evangelio.

No se trata de diezmos, ni de ofrendas, ni de pactos económicos. Jesús nunca estableció el dinero como base para la salvación. Él enseñó: “Dad, y se os dará” (Lucas 6:38), pero no como un sistema obligatorio, sino como una expresión voluntaria del corazón. La ley del diezmo pertenecía al sistema levítico del Antiguo Testamento (Levítico 27:30-32), bajo el sacerdocio de Aarón. Hebreos 7:12 enseña claramente que “cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley”.

El apóstol Pablo, en sus cartas, combate duramente a los que querían imponer a los gentiles el yugo de la ley. En Gálatas 5:4 dice: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído”. El contexto griego del verbo “κατηργήθητε” (desligarse) implica quedar sin efecto, quedar separado, como si la unión con Cristo se hubiese roto. Esto es grave. Tratar de mezclar el evangelio con legalismo es desviar a las almas del verdadero camino de salvación.

Pablo reprendió también a los corintios por dejarse llevar por otro evangelio, diciendo: “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:3). El versículo 4 añade: “Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado… bien lo toleráis”. Esto indica que existen falsos evangelios que predican a un “Jesús” distorsionado, basado en prosperidad, legalismo, ritos, o incluso manipulación emocional.

Jesús nunca vendió milagros, ni hizo comercio con la fe. Al contrario, cuando los cambistas usaban el templo para comercio, él los echó diciendo: “Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mateo 21:13). Esto denuncia prácticas actuales donde se manipula a la gente para que ofrenden como condición para recibir bendición o sanidad.

El mensaje de Jesús es claro: “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). No dice: “Diezmad y creed”, ni “ofrenden y sean salvos”. Romanos 10:9-10 explica que la salvación se obtiene al confesar con la boca que Jesús es el Señor y creer en el corazón que Dios lo levantó de los muertos. No hay añadiduras a este mensaje. Toda doctrina que imponga condiciones adicionales es falsa.

Efesios 2:8-9 confirma esto: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. La gracia es un regalo inmerecido, no algo que se compra o se negocia. En el griego, “χάριτι ἐστε σεσῳσμένοι” es un tiempo perfecto pasivo, lo que indica una acción ya completada con efectos continuos por parte de Dios, no del hombre.

Hay muchas enseñanzas hoy que desvían a las almas. Algunas hacen énfasis excesivo en el Antiguo Pacto, enseñando que los creyentes deben vivir bajo la ley de Moisés. Otras predican el llamado evangelio de la prosperidad, centrado en riquezas terrenales como prueba de fe. Otras doctrinas reducen el evangelio a reglas morales, motivación o rituales sin cruz ni arrepentimiento. Todas estas son desviaciones del verdadero evangelio.

Jesús es el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6), no una vía más. Sus palabras deben ser el centro de nuestra predicación, porque en ellas está la vida eterna (Juan 6:68). Él mismo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).

Todo creyente, maestro o pastor debe volver a las palabras de Jesús como fundamento doctrinal. La iglesia no debe construirse sobre dogmas humanos, fórmulas económicas, legalismos o emociones, sino sobre el mensaje de gracia, amor, redención y verdad que Él proclamó. El evangelio es Cristo, y separarse de sus palabras es predicar otro evangelio, el cual es anatema (Gálatas 1:8-9). Por tanto, mantengamos siempre el mensaje de Jesús como el eje central, predicando la cruz, la gracia, la fe y la vida eterna como lo hizo el Señor, sin adulteraciones. Así las almas serán salvas y no se perderán.

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