Pablo (Saulo de Tarso): persecución y mensaje del cristianismo.
Saulo de Tarso, más tarde conocido como el apóstol Pablo, fue desde el principio una figura polémica. Antes de su conversión perseguía ferozmente a los cristianos, como testimonian Hechos 8-9. Tras convertirse en seguidor de Cristo, él mismo pasó a ser víctima de persecución. Por ejemplo, en Jerusalén algunos judíos “resolvieron en consejo matarle” (Hch 9:23-24), pues no creían que aquel perseguidor fervoroso ahora predicara el Evangelio.
Se cuenta que Pablo discutía “denodadamente en el nombre del Señor” con los helenistas (judíos de lengua griega), motivo por el cual estos procuraban matarle (Hechos 9:29). En otros pasajes se describe que judíos incrédulos llegaron a tramar su muerte: “Cuando Pablo estaba en prisión en Jerusalén, algunos judíos conspiraron para asesinarlo” (Hechos 23:12-14).
En Filipo, durante su segundo viaje misionero, Pablo expulsó un espíritu maligno de una esclava, y sus amos quedaron enojados al perder ingresos de adivinación. Aquellos ciudadanos llevaron a Pablo ante las autoridades, acusándolo de perturbar el orden público y de enseñar “costumbres que a los romanos se nos prohíbe practicar” (Hechos 16:20-24).
Le arrancaron las ropas, lo azotaron y lo encarcelaron. Como se ve, Pablo fue blanco de violencia porque predicaba a Cristo: los judíos no aceptaban la idea de un Mesías crucificado, y los gentiles veían su mensaje como una “locura” (cf. 1Co 1:23).
Pablo fue encarcelado varias veces por predicar el Evangelio, no por delitos comunes. Durante su ministerio de treinta años pasó por diversas prisiones: en Filipos (Hechos 16:22-24), en Cesarea (Hechos 23-26) y finalmente en Roma (Hechos 28), entre otras.
En todos estos casos la causa fue política o religiosa: se le consideraba un agitador social o religioso. Por ejemplo, en Cesarea el procurador Félix mantuvo a Pablo preso durante dos años “queriendo agradar a los judíos” (Hch 24:26), aunque el mensaje de Pablo lo había conmovido (Hechos 24:25). Más tarde fue enviado a Roma apelando al César, y permaneció bajo custodia esperando juicio.
El mensaje de Cristo que Pablo predicaba se centra en la salvación por gracia a través de la fe en Jesús.
Como él mismo resume: “no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para salvación a todo el que cree, al judío primeramente y también al griego” (Ro 1:16). En sus cartas insiste en que el ser humano es justificado por la fe de Jesucristo, no por las obras de la ley (Gál 2:16).
En otras palabras, el camino de salvación no es cumplir un ritual o la ley judía, sino confiar en que Jesús murió y resucitó por los pecados de la humanidad. Pablo proclama también que “Cristo crucificado” es el núcleo del evangelio (1 Co 1:23-24): un mensaje que para los judíos era motivo de tropiezo (porque su Mesías no debía morir) y para los griegos, una locura (pues la idea de un dios humillado les parecía absurda).
Sin embargo, para los que creen Pablo declara que este mismo Cristo es “poder de Dios y sabiduría de Dios”. En definitiva, el evangelio de Pablo enfatiza la muerte expiatoria de Cristo, la resurrección como victoria sobre el pecado y la muerte, y la oferta de vida nueva a todo creyente. Además, enseña la unidad de judíos y gentiles en un solo cuerpo en Cristo (por ejemplo, “ya no hay judío ni griego… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”), eliminando las barreras raciales y sociales.
También predicaba el amor al prójimo como cumplimiento de la ley (cfr. Gál 5:14) y la importancia de la libertad cristiana: “Cristo nos libertó para que andemos en libertad” (Gál 5:1), contra los legalismos religiosos.
Este mensaje provocaba fuertes rechazos. Los líderes religiosos judíos lo consideraban una traición a las tradiciones de Israel, ya que cuestionaba la obligación de la circuncisión y de seguir ciertas leyes ceremoniales para ser justos ante Dios. Por eso Pablo tuvo confrontaciones incluso con líderes cristianos judíos, como Pedro (Gálatas 2:11-16) o con grupos que querían imponer la ley a los gentiles.
Para la cultura pagana romana y griega, la insistencia de Pablo en un único Dios y en la supremacía de Cristo ofendía sus dioses y cosmovisión politeísta. En sus propias palabras, el evangelio para ellos era vista como un “escándalo” o “locura”. Incluso sus escritos como apóstol no eran mejor vistos: escribió que sufrió “en azotes sin número, en cárceles más, en peligros de muerte muchas veces” por causa de Cristo.
En resumen, predicar la verdad del Evangelio le generó persecución tanto de autoridades religiosas como civiles.
Predicar hoy el mismo mensaje.
En el mundo moderno secularizado las afirmaciones exclusivas de la fe cristiana (por ejemplo, que “sólo hay un camino a Dios” o que el juicio y la moral divinos importan) suelen ser vistas con suspicacia.
En muchas sociedades actuales, proclamar la necesidad del arrepentimiento y la resurrección de Cristo choca con el relativismo y el materialismo prevalecientes. No sorprendería que un predicador contemporáneo que insistiera en “Jesucristo y este crucificado” encontrase reacciones de ofensa o escepticismo, como le sucedió a Pablo (1 Co 1:23).
Sin embargo, este mismo mensaje tiene un gran impacto positivo en la vida de muchos creyentes: ofrece un fundamento ético firme (amor al prójimo, perdón, igualdad de todos ante Dios) y un propósito trascendente.
Al igual que Pablo, predicar hoy “no con sabiduría persuasiva humana, sino con demostración del Espíritu y del poder” (1 Co 2:4) desafiaría las expectativas actuales, pero continuaría transformando vidas con la gracia de Dios. En cualquier caso, la reflexión contemporánea coincide con Pablo en que el corazón del cristianismo —el Evangelio de Cristo— es revolucionario en cualquier época, y seguiría siendo motivo de conflicto con el statu quo al anunciar a Cristo como la esperanza del mundo.
Referencias: Las citas bíblicas corresponden a la versión Reina-Valera 1960 y otras versiones de estudio indicadas en el texto. Por ejemplo, Hechos 9:29 describe cómo Pablo discutía con los helenistas “pero éstos procuraban matarle”.
1 Corintios 1:23-24 y 2:4 expresan el núcleo del mensaje de Pablo sobre Cristo crucificado, y Gálatas 2:16 afirma que la justificación es por fe y no por la ley. Gal 3:28 señala la unidad de todos en Cristo. Además, 2 Corintios 11:23-25 alude a los azotes y cárceles que Pablo soportó por predicar el evangelio. Estos pasajes y otros resumen la experiencia histórica y teológica de Pablo.
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