"Del Fuego al Letargo: Una Reflexión sobre el Adormecimiento Espiritual"


"Del Fuego al Letargo: Una Reflexión sobre el Adormecimiento Espiritual"

Hay momentos en la vida cristiana en los que el corazón arde. Uno se siente vivo, lleno de pasión por Dios, con hambre de Su Palabra, con deseos de orar, de servir, de hablar de Cristo. Es como si el fuego del cielo estuviera encendido dentro de uno. Pero, con el paso del tiempo, sin una causa visible, algo comienza a apagarse. No se siente de golpe. Es como una anestesia que se inyecta silenciosa. Un adormecimiento lento y espiritual se va apoderando del alma. Ya no hay urgencia por buscar a Dios. La Biblia se deja cerrada, la oración se vuelve pesada, el alma se siente distante.

Y uno se pregunta: ¿qué pasó? ¿Dónde quedó ese fuego?

Este fenómeno no es nuevo. En Apocalipsis 2:4, Jesús le dice a la iglesia de Éfeso: "Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor". No lo perdió. Lo dejó. Fue un abandono gradual, no una pérdida repentina.

El enemigo no necesita llevarte al pecado escandaloso. Le basta con que te duermas. Un cristiano adormecido es inofensivo, está apagado aunque tenga vida. Como Sansón cuando Dalila lo durmió: “Y él no sabía que Jehová ya se había apartado de él” (Jueces 16:20).

¿Cómo despertar? ¿Cómo combatir esta anestesia espiritual?

Reconocer el estado actual. No hay sanidad sin diagnóstico. Admitir que algo se apagó es el primer paso. No lo justifiques. No le eches la culpa al cansancio, al trabajo, o a la rutina. Dile a Dios con sinceridad: “Estoy dormido”.

Volver a las primeras obras. Jesús le dijo a Éfeso: “Arrepiéntete, y haz las primeras obras” (Apoc. 2:5). Esas cosas simples que hacías cuando amabas con fervor: orar con pasión, leer la Biblia con hambre, servir con gozo. No es emoción. Es decisión.

Ayuno y oración deliberada. El ayuno despierta el espíritu. La carne anestesiada necesita ser sacudida. La oración constante reaviva el fuego. A veces, no sentimos ganas. Pero es en la disciplina donde el fuego vuelve a encenderse.

Rompe con lo que enfría. Algunas relaciones, hábitos, distracciones o rutinas son como agua sobre el fuego. Si algo te roba el hambre de Dios, es tiempo de dejarlo. El Espíritu Santo es sensible. No se apaga por accidente; lo apagamos con nuestras elecciones (1 Tesalonicenses 5:19).

Rodéate de los que están encendidos. El hierro con hierro se aguza. Busca comunidad, predicación viva, adoración ferviente. El fuego se propaga entre brasas unidas, no entre carbones aislados.

No te conformes con vivir dormido. Cristo viene pronto. Y no viene por una iglesia apagada, sino por una que vela, que ora, que arde en el Espíritu.

Despierta tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo (Efesios 5:14).
El fuego no se mantiene solo. Se alimenta. Se cuida. Se aviva. 
Hoy es el día de volver a encenderlo. 

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