Solo en Cristo hay salvación: No podemos salvarnos a nosotros mismos
Vivimos en un mundo que exalta la autosuficiencia. Desde pequeños nos enseñan que debemos valernos por nosotros mismos, que el esfuerzo humano es suficiente para alcanzar cualquier meta. Pero cuando hablamos de la salvación del alma, esta lógica se derrumba. Ninguna obra, ningún mérito, ninguna religión, ni el mejor comportamiento moral puede borrar el pecado que habita en el corazón humano.
La Biblia es clara al respecto:
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23, RVR1960).
Esto significa que todos —sin excepción— hemos fallado y, por nosotros mismos, no tenemos acceso a la presencia de Dios. Nuestros intentos de justificación son como “trapos de inmundicia” (Isaías 64:6), es decir, completamente ineficaces.
La salvación no es una recompensa por nuestras buenas acciones, sino un regalo inmerecido. Y ese regalo tiene un nombre: Jesucristo.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9, RVR1960).
Solo la gracia de Dios —manifestada en la cruz del Calvario— tiene el poder de redimirnos. En Cristo, Dios no solo perdona nuestros pecados, sino que nos adopta como hijos, nos da una nueva identidad y nos ofrece vida eterna. La cruz no fue un plan de emergencia, fue el plan eterno de amor para reconciliar al hombre con su Creador.
Reconocer que no podemos salvarnos a nosotros mismos es el primer paso hacia la fe genuina. No es un acto de debilidad, es una declaración de confianza: dejar de mirar nuestras obras para mirar a la cruz.
Solo en Cristo hay salvación. Solo en su sangre hay redención. Solo en su gracia hay esperanza.
A Él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
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